Enclavado entre las sierras del Asta y Las Ladinas, en Ramos Arizpe, pero al filo del territorio de Saltillo, el Rancho Hacienda San Carlos es mucho más que un enorme pedazo de tierra: es un testimonio viviente de la historia rural del sureste de Coahuila.
Con raíces que se hunden hasta el siglo 18, esta exhacienda ha sido testigo de transformaciones ganaderas y guardiana de tradiciones que aún cabalgan firmes entre sus muros de piedra y adobe que sobreviven al paso del tiempo.

El arribo a este territorio, a unos 35 kilómetros de Saltillo, huele a la tierra mojada por las lluvias de junio. Desde el kilómetro 17 de la carretera Saltillo-Torreón, hay que recorrer en camioneta el sendero de difícil acceso por la sierra del Asta, para llegar a este tesoro antiguo de más de 9 mil hectáreas escondido entre valles de palma y pino, donde la actividad ganadera se preserva hoy bajo la gestión de la familia Flores.
Don Luis Roberto y don Jesús Antonio Flores Farías, actuales custodios del rancho, se sientan bajo el alero de la vieja casona para hablar con RODEO CAPITAL.

DEL PASADO AL PRESENTE
La hacienda remonta su origen al siglo 18: lo que se sabe, 1850. Por entonces este territorio bullía con más de 100 almas que producían todo lo necesario para vivir en el lugar: trigo, frijol, maíz y carne brotaban del trabajo diario.
“Aquí no se traía más que café y cigarros”, cuenta don Jesús Antonio, “El Manchao”, uno de los propietarios actuales del lugar.

Aunque los nombres de los primeros dueños se borran con el paso del tiempo, quedan en la propiedad vestigios de ellos, como el fierro antiguo que data del año 1,900 en uno de los muros del patio.
Según nos cuentan los hermanos Flores Farías, la historia más reciente señala a Carlos Morales y Álvaro Morales como antiguos propietarios, quienes en los años 80 vendieron la propiedad al empresario nuevoleonés Alfonso Garza.

“Cuando don Alfonso compró, no quería el ganado aquel degenerado (que había en la propiedad)”, cuentan los hermanos Flores.
“Carlos Morales lo vendió. Yo se lo compré en aquel entonces y no sabía ni lo que traía, ellos decían que 400 cabezas, y salieron casi mil”, recuerda don Jesús entre risas. Casi un año hizo falta para completar la limpia de ese ganado de las casi 10 mil hectáreas del rancho.

Así pues, fue Garza Garza quien transformó la base genética del hato ganadero de la hacienda, introduciendo las razas Beefmaster y Charolais que se mantienen hasta el día de hoy.
Pero a inicios del nuevo siglo el próspero empresario decide vender el rancho, y la amistad que surgió con los hermanos Flores hizo que viera en ellos a los próximos propietarios del lugar; tras una serie de negociaciones la propiedad pasó a manos de don Luis, don Jesús y sus familias, quienes decidieron no sólo reactivar el rancho en términos productivos, sino también preservar su identidad histórica.

Con la entrada de los Flores se formalizó un sistema de producción intensiva de becerros de engorda. Actualmente cuentan con 600 vientres y mantienen una rotación productiva que les permite colocar alrededor de 350 cabezas al año en el mercado.
“Lo que hacemos es, cada año juntamos. Cada año se echa la arreada y se junta, se inyecta, se vacuna, se desparasita y se corta el ganado que se va a vender”, señalan.

Su producción se destina mayormente a la exportación a Estados Unidos, aunque en el 2025 este canal fue bloqueado por las restricciones sanitarias debido al gusano barrenador, y se han visto afectados en alrededor de un 50 por ciento del precio, colocando los ejemplares en el mercado nacional, principalmente en Nuevo León, Aguascalientes y Jalisco.
Así pues, los desafíos son múltiples: la prolongada sequía, el aumento en los costos de producción, la escasez de mano de obra y la falta de apoyos institucionales han reducido los márgenes operativos.

“El tiempo, el clima, las lluvias, ya no es lo mismo. Antes estaban más o menos sincronizadas (...) Mira, ahorita para estas fechas, cuando empezamos nosotros, ya teníamos todo sembrado, ahorita está todo seco”, señala don Luis.
Actualmente el rancho cuenta sólo con dos trabajadores de planta, dos habitantes del ejido Guajardo. Según cuentan los propietarios, esto se debe a que la gente de la zona busca otras opciones de empleo, sobre todo en empresas y alejados del trabajo de campo.

RESERVA DE VENADO
Hoy en día el rancho, además de mantener unas 600 cabezas de ganado, se ha convertido en refugio de fauna silvestre.
La hacienda alberga una reserva cinegética con decenas de venados.

El miquihuanense, criollo de la zona, convive con el texano introducido años atrás.
La convivencia con la fauna silvestre -incluidos osos, coyotes y felinos menores- ha obligado a tomar medidas de conservación para evitar el deterioro del ecosistema.

“Se trata de proteger aquí todo el asunto, no dejamos tirar a nadie”, señala don Jesús Antonio.
PRESERVANDO LA HISTORIA
El casco de la hacienda conserva elementos originales que dan cuenta del esplendor de otros tiempos. Tras décadas de abandono parcial, los hermanos Luis Roberto y Jesús Antonio decidieron no sólo reactivar la producción ganadera, sino también preservar la identidad histórica del rancho.

Para ello han invertido poco a poco en la restauración de los techos con materiales y técnicas tradicionales, respetando el diseño arquitectónico de la época.
Desde entonces, se ha trabajado con respeto por la historia y el entorno. “No tumbamos techos ni metemos losa. Restauramos con morillos y madera como era antes”, dice Jesús Antonio.

“Falta todavía, porque es un trabajo bruto, tiene muchas bodegas (...) se ha ido restaurando despacio, pero pues ahí la llevamos, se necesita mucho dinero para restaurar”, agrega.
Además del casco principal, la hacienda cuenta con varias bodegas, corrales y un sistema de captación de agua con 17 presas, así como pozos de agua, lo que permite mantener la actividad ganadera incluso durante las temporadas de sequía.

La Hacienda San Carlos también cuenta con varios elementos distintivos como lo son su pequeño panteón, la cruz de piedra de más de cuatro metros de altura, la capilla con su confesionario contiguo, así como el divisadero, un segundo piso al cual se accede por uno de los graneros, desde el patio de la hacienda.
“El divisadero contaba con una campana. Era para proteger, para ver si llegaban bandoleros, asaltantes o invasores, o en todo caso indios”, cuenta para RODEO CAPITAL, por su parte, el arquitecto e historiador Arturo Villarreal.
VENERAN A SUS DIFUNTOS
En el caso del panteón, en una fecha clave como el Día de Muertos, se permite el acceso a familiares para rendir homenaje a sus ancestros.

En el camposanto hay tumbas que datan del siglo 18, y cada 2 de noviembre las puertas del rancho se abren para que las familias coloquen flores a sus difuntos.
“Se abren las puertas del rancho tres días, para que las gentes que tienen aquí a sus muertos vengan y les dejen flores”, nos dice don Luis Roberto. Al sitio llegan en esas fechas, sobre todo, habitantes del ejido Guajardo.
Cuentan que incluso hace apenas un año se autorizó enterrar a un hombre en el lugar, quien quería estar junto a las tumbas de sus padres, los cuales trabajaron en la hacienda décadas atrás y aquí fueron enterrados.
VOCES DEL MÁS ALLÁ
Pero en la hacienda se habla con naturalidad también de apariciones. La historia de una “monjita o mujer de blanco” que atraviesa el patio al caer la noche, es contada como parte del folclor local.

“Dicen que destapaba a los que dormían”, cuenta don Jesús Antonio.
“Eso es lo que se cuenta. Que en la noche los destapaban y cosas de esas, historias de esas. Aquí se murió la gente, aquí los enterraban en el panteón”.
UN RANCHO CON FUTURO
La Hacienda San Carlos es un ejemplo de cómo tradición, producción y conservación pueden coexistir. Pero también es una radiografía de los retos que enfrenta el campo mexicano: falta de incentivos, restricciones comerciales, cambio climático y pérdida de capital humano.

A pesar de todo, la familia Flores sigue apostando por un modelo que honra el pasado sin renunciar al futuro.
Mientras el sol cae sobre los techos restaurados de la Hacienda San Carlos, su historia continúa escribiéndose a golpe de bota, galope de caballo y mugido de ganado.
UN LUGAR CON HISTORIA: HERENCIA INDÍGENA Y TIERRA DE FÓSILES
Pero lo que distingue a esta región no es sólo su valor ganadero. A escasos kilómetros de la hacienda se alzan las sierras del Asta y Las Ladinas, sistemas montañosos donde, de acuerdo con los datos, se localizan algunos de los petrograbados más antiguos del norte del país.

Son grabados rupestres hechos por pueblos cazadores-recolectores hace cientos de años, los cuales pueden ser admirados por quienes visitamos el lugar.
De acuerdo con Roberto Flores Martínez, las representaciones incluyen figuras humanas, animales, símbolos y trazos abstractos tallados sobre piedra.
Puntas de flecha y cocinas indias, son otros artefactos que se pueden encontrar en los alrededores, la mayoría relativamente bien conservados gracias a que están en sitios de difícil acceso, y a las condiciones áridas.
Y no es todo. En el lugar también se han descubierto restos fosilizados de un mamut que habitó esta región, de acuerdo con datos del INAH, hace más de 10 mil años.
El hallazgo fue hecho por los lugareños y reportado hace más de 10 años a las autoridades pertinentes, lo cual se difundió incluso en medios de comunicación.
Pero de acuerdo con Roberto, aunque se dijo que los restos serían rescatados, eso nunca sucedió y el mamut sigue en la zona.
HACIENDA SAN CARLOS
-Extensión: 9 mil 546 hectáreas.
-Cuenta con 17 presas, 5 pozos de agua y 5 ojos de agua (según datos históricos).
-600 cabezas de ganado Beefmaster y Charolais.
FAUNA
-Venado miquihuanense
-Venado texano
-Puma
-Coyote
-Gato montés
-Zorro
-Liebre
-Conejo
-Víbora de cascabel